El cuento del exhibicionismo, el reconocimiento social ajeno y el compartir extremo ya me lo sé. Me lo sé muy bien. Matrícula de honor. Lo asumo pseudodignamente. Soy una exhibicionista neoliberal a tiempo completo, necesito que gente desconocida me aplauda en formato like, RT o corazón y comparto hasta las migas que me caen al escote cuando me como un bocadillo de calamares in the Plaza Mayor.
Pero la cosa viene de lejos.
Me hice Tuenti porque era un coñazo horrible esperar dos días (¡DOS DÍAS!) a que mis amigas me pasaran las fotos borrachas borrosas del sábado por la noche. Tuenti fue el primer álbum digital social que tuvimos. Molaba pero fue el principio del fin. Empezamos a salir para hacernos fotos y darle alimento al monstruo de Tuenti. El grupo de amigas se multiplicó porque cada una salía obligatoriamente con su cámara digital. Yo una vez estuve a punto de volverme a casa porque nadie se había llevado la cámara. Qué sensación más extraña. Salir pa’ti, como pa’dentro. Uf, qué escalofríos. Qué loco. Luego llegaron a Tuenti las nuevas generaciones. Cada domingo por la mañana me cruzaba por los pasillos de Tuenti con mis primos pequeños y mi hermano medio borrachos aún de Malibú con piña y nos dábamos vergüenza ajena mutua. Luego cuando nos veíamos el domingo en la comida familiar, en riguroso directo, yo con gafas de sol, con la boca más seca que un zapato y regándome continuamente con agua, ellos me preguntaban qué mezclas hacerse para que les subiera rápido y sin dolor. Y no. Ahí decidí parar. Irme lejos. Asumir otra realidad. Me hice Facebook. Llegué buscando la madurez social pero allí no había ni Cristo. Mientras tanto, subía fotos de viajes de forma organizada en carpetillas y algunos enlaces de Youtube. La gente no sabía cómo hablarse en Facebook ni qué contarse. Sólo añadías amigos por si algún día había un concurso de algo de eso que tiene que ver con la acumulación de gente. Amigos del colegio, del instituto, de la guardería, de inglés, de la universidad, empresas, marcas, chicles, tiendas, galletas, grupos, frases de los Simpsons, MIERDAS. La dignidad transformada en un “voy a hacer limpieza en Facebook” mientras una montaña de ropa en tu habitación no te dejaba salir. Hartita de que no me comprendieran, huí a Twitter. Y allí estábamos, mi amiga, Buenafuente y yo. Por una parte guay. No había profesores, ni familiares, ni compañeros de la E.S.O. pero… yo entraba cada día y ni Buenafuente ni mi amiga le daban ritmo al tema. Aquello era un coñazo. Yo sentía que hablaba sola y muy desencaminada no iba. Nadie me leía y yo rajaba como dios. Era como andar en bragas por tu casa. Luego otros que hablaban solos se dieron cuenta de la existencia de otros que también hablábamos solos y surgieron las conversaciones. Así, como concepto. De repente, tenías algo que contar a esa humanidad efervescente y sospechosa. Te guardabas cosas que sólo podían ser compartidas en la cueva tuiteriana. Encontré desconocidos fabulosos. Algunos incluso guapos. Hablaba de Twitter a mis amigas. Les hablaba de mis desconocidos. De mis seguidores. Empecé a tener menos amigas. Es coña. Hacía tiempo que ya tenía menos amigas. Un día vi que la gente subía fotos con un enlace sospechoso. Oh mierda. Era otra secta que me quería dar un abrazo. Fotos cuadradas y más bonitas de lo normal, cuidadosamente espontáneas. Qué coño. Yo también quería. Y llegué a Instagram. Me adapté muy pronto. Empecé a cocinar cosas por su apariencia. Incluso cocinaba cosas que luego no me comía, pero joder, quedaban preciosas a la vista. Cortaba fruta fresca en saludables y atractivos trozos. Adopté un perro para poder cubrir ese hueco que dejaban los gatos y cuando no tenía la playa cerca, picaba galletas y hundía mis pies en aquella mezcla. Empecé a beber vino por subir foto de la copa y… de ahí a los autorretratos.
Lo único que no tengo es Foursquare. Es inútil. Decir dónde estás, a quién se le diga. ¡ESTÁIS MUY LOCOS! ¡Ser alcalde de un puto bar de callos! Me parto con vosotros. Sois la leche.
Pero por lo demás, lo tengo todo papi. Mal usado pero lo tengo.
NO ME MIRES ASÍ PAPI.
¿PAPI?
¡PAPI NO TE VAYAS!
VUELVE.
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