Miro de reojo mientras mastico lento una cucharada de arroz basmati y se cruza en mi camino esa ventana. Segunda fila de ventanales empezando por arriba y la quinta desde abajo, la tercera cristalera desde la izquierda y la cuarta de la derecha. Cortina retirada a un lado y montón enmarañado de sábanas, manta y colcha apilado malamente en los pies de la cama. La tele encendida. No quiero mirar.
Me lleno la boca de arroz basmati y giro sin querer la cara. Me da el sol en los ojos y los achino para prestar más atención. La madeja de textiles parece moverse. Un movimiento repetitivo, suave y lento. Pim-pam, pero flojito. Un grano de arroz alargado se me queda en la comisura de los labios pero estoy demasiado ocupada como para quitármelo. Debo parecer del PP subnormal.
Mastico despacio y sigo con la cabeza ligeramente girada. Rescato con la punta de la lengua el grano de arroz que estaba a la deriva casi por casualidad porque yo lo que quería era mojarme los labios. Cada vez el montón de ropa de cama se agita con menos frecuencia, como contracciones. Como sacudidas.
Pim.
Pam.
Creo que veo una espalda y una mano que no sé si la acaricia pero al menos la repasa. Memoriza la curvas, las subidas y las bajadas. Retiene la temperatura. Se aprende los puntos exactos para rozar el espasmo y aprueba con nota este pre-test.
Ya no distingo si el movimiento lo estoy creando yo en mi cabeza al ritmo de las pulsaciones o es de verdad. Ya no sé si es una ilusión óptica o una realidad sexual. No quiero saberlo. Me gusta así. Solo sé que quiero más y que los que están ahí me caen fatal. Un hotel, la hora de la siesta, sin prisa, sin frío ni calor y sin la preocupación de que algún cotilla depravado les esté mirando desde el edificio de enfrente.
Tengo hambre. Abro la boca y me meto más arroz.
Tengo sueño. Abro la puerta y me meto entre los dos.
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