Llevaba tiempo sin escribir. Demasiado tiempo (o, al menos, muchísimo). La principal razón es que nada de lo que pensaba o me pasaba me parecía reseñable. También suelo olvidarme de apuntar esas ideas (comillas con los deditos, de esas que dan mucha rabia) buenas que se me ocurrían en el Cercanías o intentando dormirme.
Puede que las sesiones con el psicólogo me dejaran seca pero lo más probable es que no haya escrito en este blog pordiosero desde hace tropecientos años porque no me ha dado la gana, porque he invertido mucho tiempo viendo Tik Tok o porque me he pasado algunas tardes tumbada en la cama haciendo formas con las manos con el fondo del techo blanco.
Lo cierto es que me moría por volver a escribir pero se me iban las ganas al ver que las últimas veces que había compartido algo solo hablaba de la muerte, de no querer morirme o de saltos mortales. Un puñetero drama.
Siempre la misma rutina: abría el ordenador, veía las últimas publicaciones, esos borradores más recientes y el bajón era tan grande que decidía irme para no volver… y así cada 3 o 4 meses. Además, reconozco que me suele atormentar un poco la pregunta de: ¿Y si ya no sé… escribir? Aunque, bueno, a ver, la realidad es que a h o r a m i s m o e s l o q u e e s t o y h a c i e n d o.
Me refiero a escribir bien. Y no es que antes yo fuese la protagonista de Valeria y me publicasen en el 20Minutos pero te rellenaba un Word en blanco con la misma facilidad que un sandwich con Nocilla.
Lo mismo me pasa con tirarme de cabeza a la piscina, que en su momento aprendí pero ahora, después de décadas sin hacerlo no me acuerdo cómo se hace y en clase de natación tengo que entrar por la escalerilla después de doña Conchi y antes que don Dimas. Ahora estoy con la misma sensación en el cuerpo, una mezcla de vergüenza (no mires, por qué miras) y orgullo tontorrón (si no lo hago esssssssssssssss porque no quiero).
Releer los post de hace 5, 7 o 10 años es escalofriante porque reconoces a esa persona que escribía pero no dejas de preguntarte ¿en quién me he convertido? Yo, que alcancé la fama hablando de las tipologías de tíos que me encontraba en Tinder, del asco de besar con lengua a desconocidos, de amigos que se prometen un bote de semen al cumplir los 35 o de cómo pasar tu San Valentín tocándote por encima de la braga sin costuras de Oysho con la mano derecha mientras que con la izquierda te comías un buen Ferrero Raffaello. ¿Acaso me he vuelto una rancia?
Suélteme el brazo, señora. Lo que ha pasado es que ahora tienes casi 35 años, ya no vives en una guarida en el centro de Madrid, tienes hipoteca, una pareja al que llamas compañero de vida cuando te quieres echar unas risas, cenas rodaballo con verduritas al horno, el frutero sabe que no vas a precio y te saca siempre el género de la trastienda, bebes mimosas cuando quedas con tus amigas, prefieres los conciertos de día, te empieza a gustar eso de madrugar los sábados, mandaste a la mierda los sujetadores con relleno y aros, haces muy pocas cosas para quedar bien y vas a natación para cuidar la espalda.
Como ves, han pasado muchas cosas y a la vez solo dos: he tenido muy buena suerte y mucha ansiedad.
Espero que tú también. Lo de la suerte.
klx.
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